Cojo un tren con destino a mi casa, supongo que por la monotonía y la cutrez de su vaivén lo prefiero antes que el autobús.
Cierro la puerta con pena, poca maleta llevo, nada de valor, y menos de ropa, voy con lo prescindible para poder huir como lo hago ahora. Suena fuerte, tan fuerte ese último portazo que destroza toda mi entereza, no me llevo ninguna foto porque no soy una belleza para las fotos, y solo de mis recuerdos me nutro, que junto a mi dolida entereza se prepara para amargarme este viaje.
Viajo solo, siempre solo. Ya sé por qué prefiero el tren, porque se puede leer más cómodo, se puede vivir más a gusto en el viaje, por unas horas de más, si merece la pena.
La noche anterior lleno cada hueco de mi maleta con mi precisión habitual, y no miro atrás.
Ha pasado ya dos años desde que abandoné mi hogar, y mi pueblo, todo eso queda lejos de aquí. Tan lejos porque quería dejar de escuchar balas, noticias de venganza y no temer montarme en un autobús. Tan lejos para no luchar en otra guerra de secuestros, misiles y personas suicidas.
Ahora regreso a mi casa, un poco más entero pero más perdido, un poco más viejo pero más cansado. Temiendo, igual que ese verano, me llamen otra vez a filas en otra inútil guerra de seis días.
A veces pienso, no será mi pueblo aquel que yo hecho de menos, en cada recuerdo, y no donde yo nací y años después huí con miedo.
Cierro la puerta con pena, poca maleta llevo, nada de valor, y menos de ropa, voy con lo prescindible para poder huir como lo hago ahora. Suena fuerte, tan fuerte ese último portazo que destroza toda mi entereza, no me llevo ninguna foto porque no soy una belleza para las fotos, y solo de mis recuerdos me nutro, que junto a mi dolida entereza se prepara para amargarme este viaje.
Viajo solo, siempre solo. Ya sé por qué prefiero el tren, porque se puede leer más cómodo, se puede vivir más a gusto en el viaje, por unas horas de más, si merece la pena.
La noche anterior lleno cada hueco de mi maleta con mi precisión habitual, y no miro atrás.
Ha pasado ya dos años desde que abandoné mi hogar, y mi pueblo, todo eso queda lejos de aquí. Tan lejos porque quería dejar de escuchar balas, noticias de venganza y no temer montarme en un autobús. Tan lejos para no luchar en otra guerra de secuestros, misiles y personas suicidas.
Ahora regreso a mi casa, un poco más entero pero más perdido, un poco más viejo pero más cansado. Temiendo, igual que ese verano, me llamen otra vez a filas en otra inútil guerra de seis días.
A veces pienso, no será mi pueblo aquel que yo hecho de menos, en cada recuerdo, y no donde yo nací y años después huí con miedo.
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