Bienvenido a Svalbard.
Allá al Norte, dónde antes se conocía como el mar de hielo, ahora navegable, esta remota isla guarda el último aliento para unos y para otros. Y es que se asegura que un cuarto del petroleo mundial se esconde bajo el ártico, así como ingentes cantidades de bolsas de gas, y diamantes limpios de sangre. Y ha diferencia de la Antártida, aquí hace tiempo se repartió el pastel entre los primeros que llegaron.
A pesar de su negro futuro, por el petroleo no por otra cosa, se decidió construir un búnker que albergara lo más apreciado de cada especie vegetal, su información, sus genes, guardada en una semilla, para lo que hoy no se considera de interés, en un mañana no se haya perdido entre híbrido atrofiados. Un plan B para no perder la biodiversidad de las especies, una opción para recuperar, reiniciar, y volver a seguir jugando a ser dioses.
La isla más al Norte, refugia, de los caprichos del ser humano y de sus errores, de las inclemencias y las catástrofes. Porque algún día, cansados de buscar y gastar tiempo y dinero, echaremos de menos el árbol de nuestro abuelo que no necesitaba más que agua y cariño para dar lo suficiente. La herencia que nos pesa ahora, porque no es lo mejor, lo más bonito, ni lo más consumido, podrá ser lo que coma nuestros hijos.
Tal vez, en el futuro no solo se incluya aquellas semillas con interés comercial, sino aquel trébol de cuatro hojas o la flor de la ortiga. Podemos ser dioses con antojos; rubios, todos con los ojos azules, pero no sabemos crear genes, solo jugar con ellos. Solo sabemos colocar las esquinas de un puzzle. Y es que no solo perderemos unas plantas, perderemos la base de nuestra alimentación, porque esto nos da de comer.
Algún día volveremos a esa isla, para abrir la cámara donde se guarda esa semilla, para buscar la última solución contra el hambre.
A pesar de su negro futuro, por el petroleo no por otra cosa, se decidió construir un búnker que albergara lo más apreciado de cada especie vegetal, su información, sus genes, guardada en una semilla, para lo que hoy no se considera de interés, en un mañana no se haya perdido entre híbrido atrofiados. Un plan B para no perder la biodiversidad de las especies, una opción para recuperar, reiniciar, y volver a seguir jugando a ser dioses.
La isla más al Norte, refugia, de los caprichos del ser humano y de sus errores, de las inclemencias y las catástrofes. Porque algún día, cansados de buscar y gastar tiempo y dinero, echaremos de menos el árbol de nuestro abuelo que no necesitaba más que agua y cariño para dar lo suficiente. La herencia que nos pesa ahora, porque no es lo mejor, lo más bonito, ni lo más consumido, podrá ser lo que coma nuestros hijos.
Tal vez, en el futuro no solo se incluya aquellas semillas con interés comercial, sino aquel trébol de cuatro hojas o la flor de la ortiga. Podemos ser dioses con antojos; rubios, todos con los ojos azules, pero no sabemos crear genes, solo jugar con ellos. Solo sabemos colocar las esquinas de un puzzle. Y es que no solo perderemos unas plantas, perderemos la base de nuestra alimentación, porque esto nos da de comer.
Algún día volveremos a esa isla, para abrir la cámara donde se guarda esa semilla, para buscar la última solución contra el hambre.
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