La muerte del joven griego Alexandros Grigoropulos, de 15 años, fallecido en Atenas el pasado 6 de diciembre tras recibir un disparo a bocajarro de un policía, encendió la mecha de la indignación en Grecia. Surgieron manifestaciones y estallaron disturbios desde Salónica, al norte, hasta Heraclión, en Creta. Cientos de universitarios dejaron los libros y salieron a las calles para protestar contra la violencia policial y, sobre todo, contra el Gobierno y contra un futuro negro en el que se ven cobrando 700 euros al mes, con suerte, ya que es el país con más paro entre los jovenes de la Unión. Y no están solos. Cuatro días después, justo en la misma jornada en la que Grecia quedaba paralizada por una huelga general, pequeñas réplicas del terremoto social heleno se extendieron hasta Italia, Alemania, Francia, Dinamarca y España, donde arrecia contra el Plan Bolonia. No se debe menospreciar el alcance de esta revuelta.
Como el contagio biológico, el contagio social sólo se expande si existen condiciones ambientales que lo favorezcan. ¿Puede ser otro Mayo del 68?. En Grecia, este cultivo es la causa de diversos factores: Brutalidad policial y corrupción política por un lado y, por otro, perspectivas pesimistas para los jóvenes; el miedo escénico a la crisis económica, y a todo ello se ha sumado el problema que acarrea desde hace varios años a la Unión Europea, la inmigración.
Uno de esos factores, el que atañe a la falta de un porvenir digno para los jóvenes, es común en el sur de Europa. Aquí en España se da una situación singular en el continente, en el que se ha reducido el poder adquisitivo del salario medio, paradójicamente en un período de vacas gordas en los últimos 8 años. Además cuenta también con una elevada precariedad, tiene la tasa de temporalidad laboral más alta de Europa, casi uno de cada tres trabajadores es eventual, el doble de la media de la Unión Europea. Los salarios para los jóvenes que empiezan son bajos en todas partes, pero en ningún lado se encuentran con que su futuro profesional está tan bloqueado como en Europa del sur.
La mayoría de estudios sobre las perspectivas de futuro de las actuales generaciones jóvenes muestran escenarios peores que los de las anteriores. Tienen mayores dificultades para acceder a viviendas y formar nuevas familias. Ante estas presiones no es extraño que haya gente joven -y no tan joven- dispuesta a protesta. Podría suceder, incluso, que personas que se sienten agraviadas por otros procesos de exclusión social decidan sumarse. El contexto de crisis propicia que la revuelta se pueda reproducir en cualquier país.
La concentración de toda esa insatisfacción, sumada a la crítica al Gobierno del primer ministro liberal Kostas Karamanlis, es la que ha conferido un gran ímpetu a la agitación en Grecia, bautizada ya como el alzamiento de la generación de los setencientoseuristas. Recelan del sistema político (y su corrupción), del judicial, de los medios y de la iglesia. En todas partes hay minorías marginadas e insatisfechas, y lo singular de Grecia es que estas minorías han encontrado una base común con estratos sociales más amplios, sobre todo debido al extremo rechazo generalizado hacia el Gobierno. Se han unido grupúsculos antisistema, antiglobalización y anarquistas, pero el grueso de las protestas lo integran estudiantes de universidades. Todos ellos jóvenes.
Los jóvenes suelen ser el termómetro de los cambios sociales. Mientras hace cuarenta años, en 1968, anunciaban los límites del progreso, ahora anticipan sus efectos perversos. En la Europa mediterránea, la juventud se ha convertido en una fase de la vida extremadamente larga, cuyo inicio se adelanta y cuyo final se atrasa. Lo que conlleva un modelo de jóvenes adultos parcialmente emancipados viable en situaciones de bienestar pero menos soportable cuando arrecia la crisis. Lo relevante es que ello no sólo afecta a los sectores marginados sino también a la juventud universitaria, que ve como su futuro no existe.
El simbolismo de la revuelta también es importante. Esta revuelta es un grito de atención a cada gobierno europeo, aquí cada uno debería de buscar las causas en su propia comunidad. Diciembre del 2008 tiene ciertos ecos de mayo del 68: más que a una revuelta económica o política, quizá asistimos a una revuelta cultural, no por minoritaria es menos significativa.
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